Por: W. J. Segovia
Varios autores contemporáneos de la historia económica y la ciencia política han buscado escudriñar lo que distingue a las sociedades que avanzan y se desarrollan con el resto.
A principios de los años 90 se acuñó el concepto de “capital social” atribuido al historiador de la Universidad de Harvard, Robert Putnam. Su búsqueda por encontrar la diferencia en los patrones de desarrollo del Norte y el Sur de Italia lo llevaron a medir el capital social de ambas regiones.
Mientras en el Norte de ese país, el grado de cumplimiento con la ley, el pago de los tributos y el respeto a la autoridad eran significativamente mayores que en el Sur de Italia, también el grado de dinamismo económico mostraba diferencias a favor de los italianos norteños.
También se encontró que los valores y principios por los que la sociedad se movía eran distintos. Siendo de la misma nacionalidad, la comunidad mostraba diferencias en su cultura, en sus formas de relacionarse e interactuar, en la forma de agruparse y construir redes internas, así como sus redes hacia fuera.
Esto nos lleva a la deliberación si en nuestro país tenemos presente el capital social. Si existe más o menos capital social depende de la métrica que usemos y en esto no existe una regla específica.
Pero quizá debemos preguntarnos, ¿cuándo fue la última vez que ayudamos a un vecino en problemas o nos reunimos para deliberar problemas de la colonia comprometiendo tiempo y recursos personales para su solución? ¿En cuántas asociaciones participamos para buscar el beneficio social dejando a un lado el personal?
De ahí la importancia de aumentar y potenciar el capital social en México. Uno que si lo medimos en términos de confianza estamos muy mal, y cualquier acción pública sin capital social se pierde como agua en el desierto, y con ella nuestras posibilidades de un mejor desarrollo.
Para: Publicalpha.com
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